Perdidos en la Historia y en la Realidad

Por José Eduardo Limón Camacho.

Analista

Qué lamentable situación la de nuestro país, lo gobierna un personaje que miente, engaña y que, para colmo de males, poco le importan los pesares y sacrificios que cada día sufrimos los mexicanos. El tlatoani prefiere volver la mirada 500 años atrás y simular una fingida compasión hacia los habitantes de la antigua Tenochtitlán.

El papel que ha tomado el presidente de ser juez y crítico de la historia es algo bastante sencillo, mucho más cuando no se lee y sólo se repite y se le agregan difamaciones con el objetivo de perpetuar la ignorancia que gira en torno de la leyenda negra. Su afán por destruir la historia se centra en la necesidad de suplantar los valores y principios que de ella hemos heredado y que, a pesar de los siglos, han dejado una profunda huella en la identidad del mexicano.

La 4T desde que llegó al gobierno, nos ha dejado muy en claro su propósito de que el único discurso válido y creíble sea aquel que se pronuncia desde Palacio Nacional, aunque eso implique reescribir la historia estableciendo nuevos ‘‘héroes’’ y ‘‘villanos’’; de ahí que en la CDMX la jefa de gobierno mandara remover la estatua de Colón y en su lugar pusieran las de los asesinos del Che Guevara y Fidel Castro. Inaudito.

Los partidarios de la izquierda, operan siguiendo un manual bastante predecible y lleno de contradicciones, pero no por ello menos engañoso; tal es el caso de que, al igual que sus homólogos ideológicos, MALO ha caído en el ridículo de exigirle a España que se disculpe por las muertes que se dieron en la época de la Conquista, pero vivir pomposamente en el Palacio Nacional, pilar del poder monárquico español en la Nueva España, mientras al mismo tiempo mueren mexicanos por falta de medicinas oncológicas. La ironía.

Una de las características principales que tienen las revoluciones socialistas y los Estados que viven bajo su terrible yugo, es la prédica constante del odio hacia la cultura monárquica de cada pueblo; no importa si se remonta a más 200 o 500 años atrás, su animadversión forma parte de una campaña ideológica con la que buscan borrar cualquier vestigio de aquellos ideales, que en un momento puedan suscitar una verdadera oposición a sus delirios.

Así lo hicieron los bolcheviques, que no contentos con haber asesinado vilmente al Zar Nicolás II y a su familia, arremetieron en contra de todos los monumentos y edificios que por su sola presencia mantuvieran vivo el espíritu y los ideales del imperio; en su lugar, erigieron las estatuas de Lenin y Stalin, e impusieron en cada aula, hogar y edificio la estrella con la hoz y el martillo, como símbolo de terror y de dominio ideológico. La incongruencia más grande sucedió cuando Stalin se mudó al Kremlin e hizo del palacio imperial la sede de su dictadura comunista… ¿A quién nos recuerda?

La realidad de las cosas, es que a este gobierno poco le interesan los detalles históricos, lo que MALO y sus secuaces se proponen con su absurdo anclaje al pasado, es que no se hable de la frivolidad que han mantenido en temas como el colapso de la Línea 12 del Metro, el aumento de la criminalidad, las pérdidas económicas, la crisis del Covid, la falta de medicamentos, su falta de estrategia para el regreso a clases…

Son tantas las necesidades que nos apremian, que es una tremenda afrenta para nuestro pueblo que el señor con delirios de emperador azteca, se desentienda de sus obligaciones para derrochar millones de pesos en un evento que en nada abona a la ‘‘transformación’’ del país y que sólo nos ridiculiza ante las demás naciones, principalmente frente a España, a la que mucho le debemos. Mucho tiene que aprender MALO de Cristóbal Colón y de Hernán Cortés, hombres que no vivían de la retórica, sino de acciones y de convicciones fuertes; ninguno de los dos, viendo el estado actual del país, se dedicarían a derrochar ignorancia en cada mañana, mucho menos abandonarían a miles de niños con su tratamiento para el cáncer, no los veríamos saludando ni pactando con delincuentes y principalmente, no abandonarían a la suerte del crimen organizado aquellas zonas en las que aún viven descendientes de los pueblos indígenas.

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