Haití: las intermitencias de la violencia

Por Ethan Tejón Herrera.

Analista

La tragedia de Haití, es una historia de violencia intermitente; un cuento de nunca acabarse.

En esta castigada nación caribeña ha habido de todo un poco: dictaduras, políticos corruptos, guerras civiles, epidemias, sismos devastadores, deficiencias en servicios públicos, desigualdad social, pobreza extrema y crimen organizado, entre otros factores.

Considero que es de gran importancia reflexionar acerca de los recientes hechos acontecidos la semana pasada en esta pequeña nación isleña, para poder realizar una radiografía de los grandes demonios que acechan al crecimiento y desarrollo del pueblo haitiano.

Es aquí donde nos referimos al asalto realizado a mitad de la noche, que cobró la vida del presidente Jovenel Moïse y muy probablemente también la de su esposa, misma que se encuentra herida de muerte.

La versión oficial de los hechos nos indica que el magnicidio fue orquestado desde Florida y se contrató a un equipo profesional de sicarios provenientes de Colombia y de los Estados Unidos.

Sin embargo, el móvil del atentado aún no ha sido resuelto. No obstante, lo que es un hecho, es que el crimen organizado que todos los días mueve cientos de kilos de estupefacientes a través del Mar Caribe con rumbo hacia los Estados Unidos, para además canjearlos por armamento, ocupará un papel protagónico ante la ausencia del Estado.

Los vacíos de poder que son llenados por el crimen y la violencia, son los engranajes que hacen operar a la gran maquinaria bélica y mortal que azota a gran parte de las naciones latinoamericanas, entre ellas nuestro propio país.

Tan solo en México, viven más de 25 millones de personas en zonas controladas por el crimen organizado, mismo que gobierna impunemente ante la ausencia del Estado de Derecho.

Mientras Haití es la nación más castigada del continente americano y se encuentra sumida en una espiral de inclemencias, convirtiéndose en un auténtico Estado fallido; nuestro país no está exento de las desgracias y escaladas violentas que sufre esta nación.

Y más aún ante la inacción de las autoridades por rescatar a las comunidades, ciudades, poblaciones y espacios públicos de las garras del crimen organizado.

En el caso haitiano el magnicidio de Moïse, no hizo más que empeorar las cosas en la región.

En el caso mexicano, las cosas no han hecho más que volverse insostenibles. La estrategia de combate a la delincuencia, a la corrupción y a la impunidad no ha hecho más que empeorar las cifras de heridos y fallecidos repartidos por todo el territorio nacional.

México no es Haití, pero ambas naciones sufren de las mismas problemáticas, rezagos, carencias y oleadas delictivas. Las intermitencias de la violencia son nuestro mal más grande, y el crimen no ha hecho más que capitalizar la muerte y la violencia al servicio del mejor postor.

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