El Juglar de la Red

Por Rafael Cano Franco.

El que nada debe, nada teme

El presidente Andrés Manuel López Obrador, es de ese tipo de personajes públicos que utilizan el concepto de: haz lo que digo, pero no lo que yo hago. Es una constante en su proceder personal e institucional. 

No hace mucho recomendó a Ricardo Anaya, que acudiera a la Fiscalía General de la República, que diera la cara, para enfrentar las acusaciones de aceptar sobornos para aprobar la Reforma Energética en tiempos de Enrique Peña Nieto. 

Desde el púlpito mañanero le recordó aquella expresión; “El que nada debe, nada teme”. 

Hace unos días, en Huauchinango, Puebla, un contingente de personas lo increpó y a gritos le pidieron que cumpliera su palabra de enviarles los artículos electrodomésticos que perdieron por las inundaciones. El Presidente no podía hablar y solo alcanzaba a expresar: –¿me van a dejar hablar? ¿Me van a respetar? 

Para un Presidente de la República, que todavía cree es un ser amado por la totalidad del pueblo que lo eligió, resulta difícil poder entender esas manifestaciones del llamado “pueblo bueno”; López Obrador cree que, en los números de las encuestas, donde muestran que tienen una popularidad que arrasa, pero eso no se refleja en sus giras, donde cada vez hay manifestaciones, abucheos y reclamos. 

En la mente de López Obrador, con esa enorme egolatría que lo acompaña, no cabe la posibilidad de que el pueblo le dé la espalda y eso le quita el halo de fuerza y poder, lo humaniza y lo deja ver como a cualquier otro Presidente de la República en la historia de México, con fallas y promesas incumplidas, lo cual hace que los ciudadanos le reclamen acremente. 

En esto tres años, el presidente Andrés Manuel López Obrador dio muestras de que no le gusta, no acepta y rehúye todo aquello que le genere una situación donde lo confronten. Le gusta tener el micrófono y desde ahí perorar, pero no le gusta que otros lo tengan y le reclamen. 

A López Obrador le gusta su monólogo, pero se niega al diálogo. 

El próximo jueves, en el Senado de la República se entregará la medalla “Belisario Domínguez”, la recibe la luchadora de izquierda Ifigenia Martínez, una de las aliadas de López Obrador en los tres intentos que hizo para alcanzar la Presidencia de la República, pero el Mandatario de México se niega a asistir. 

Fue suficiente que la senadora Lilly Téllez, la misma que hizo campaña con él y luego se pasó al PAN, insinuara que increparía al Presidente López Obrador, para que este reculara y se negara a asistir al Senado a ese evento. 

Como en otras ocasiones alega, “el respeto que se debe tener a la investidura” para no asistir; en la realidad lo que no quiere es tener que escuchar las verdades que se le van a decir. 

Ex presidentes como Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto, no tuvieron miedo en acudir a esa cita con el Senado de la República; les fue muy mal, salieron vapuleados, pero no les pasó nada. Con gallardía y como gobernantes emanados de la democracia, “apechugaron” las expresiones de los senadores que subieron a tribuna y cumplieron con la formalidad. 

Pero Andrés Manuel, trae una tremenda confusión entre lo que es el respeto a la investidura. La investidura no se lacera por escuchar a la oposición, al contrario, se fortalece; el gobernante que se planta y escucha los señalamientos, por más duros que sean, solamente enaltece el cargo presidencial que ostenta y lo ubica como un personaje que no se “achica” y que tiene los “tamaños” para dar la cara a sus peores críticos. 

Pero López Obrador no es de esos, no es de madera dura, es blando y gusta de la comodidad, le encantan las burbujas que lo mantienen lejos de sus detractores y es propenso a la lisonja y el halago fácil. 

Desde el senado, las bancadas del PAN y del PRD, han doblado las manos y le aseguran al presidente que van a respetar la investidura, que nada le va a pasar y solamente falta le garanticen negarle la voz a la senadora Lilly Téllez. 

Pero ni con eso lograron convencerlo, en lugar del presidente acudirá el Secretario de Gobernación Adán Augusto López y a la galardonada, López Obrador le envió una carta felicitándola.  Será la primera vez, desde 1977 que un Presidente no acuda a la entrega de la medalla “Belisario Domínguez”… y es que el miedo no anda en burro.

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