El Problema es la Democracia

Por José Eduardo Limón Camacho.

Analista

Hace dos mil años, se realizó el primer sufragio universal de la historia que dejó en libertad a Barrabás y sentenció a Jesucristo en la Cruz. Ante aquella multitud Pilatos presentó en igualdad de condiciones al asesino y al dador de la vida; al despiadado y al misericordioso; al ignominioso y al cordero sin mancha. El contraste era clarísimo, era tan notorio, que la sola comparación representó una humillación grotesca. Sin embargo, el número gritó al unísono: ¡Crucifíquenle! ¡Crucifíquenle!

Quién iba a pensar que, aquel, a quien recibieron cinco días atrás, con palmas en la mano y exclamando ¡Hosanna sea el Hijo de David! sería cruelísimamente flagelado, coronado de espinas, obligado a cargar un pesado madero y conducido a la muerte ignominiosa de la cruz.

Pero desde antes de este pasaje oscuro, para el pueblo judío y para toda la humanidad ya los griegos habían denunciado explícitamente la decadencia y la ruina que representaba la democracia: Platón lo hace en La República y Aristóteles en La Política; así mismo, también lo hicieron personajes como Homero, Hesíodo, Sócrates y Demóstenes. Siguiendo al Doctor Antonio Caponnetto en su libro La Perversión Democrática, estos autores coinciden en que la democracia tiene una perversión ingénita en la que destacan cinco males:

  1. La tiranía del número.
  2. El descontrol de las muchedumbres.
  3. El desenfreno de las libertades (liberalismo).
  4. La demagogia.
  5. La profanación y el sacrilegio.

Y realmente es así: en los debates públicos y en las escuelas la razón y el sentido común han sido desplazados por la ‘‘voz inefable’’ de las mayorías; los desmanes y protestas son aceptados y justificados en nombre de la diversidad democrática; la decadencia moral se difunde como la máxima expresión de la libertad humana; los políticos recurren a la retórica popular sistemática, polarizando y dividiendo a la ciudadanía a su conveniencia electoral; se queman iglesias, se destruyen imágenes sacras, se profana la imagen de la Virgen Santísima, se blasfema públicamente en contra de la Iglesia Católica y nada de esto se condena, más bien, la democracia potencia su malicia.

El problema central, está en la divinización que se ha hecho del sufragio como la voz inexorable de la sabiduría popular y que, muy convenientemente una clase política decadente utiliza a su favor para destruir al país. Sin irnos muy lejos, en nuestro país, desde la llegada de MALO al poder, hemos estado a la merced de ocurrencias y disparates que encuentran eco en la cómoda cantidad de 30 millones de mexicanos que lo respaldaron en las pasadas elecciones.

Situaciones similares han ocurrido en Venezuela, Argentina, Bolivia, Brasil, Perú y por supuesto en los Estados Unidos de América, en donde la permanencia en el poder se convierte en la necesidad más apremiante de los gobernantes y la democracia les brinda la forma más sencilla de comprar voluntades y justificar sus agendas tiránicas.

En los regímenes democráticos, la ciudadanía es solo un instrumento para concentrar el poder, bajo la ingenua creencia de que decidimos el rumbo del país y que somos partícipes de las decisiones importantes. No podemos seguir, creyendo en la retórica democrática que vuelve ingenuamente a cada ciudadano en un rey sin dominio alguno de su entorno.

Lo que en términos prácticos sucede, es que una fuerte mayoría de los candidatos, se transforman al llegar al poder y traicionan al pueblo con cada penosa sumisión en la que se venden a los intereses del mejor postor. En un segundo, todas sus promesas y buenas intenciones de la campaña electoral se ven llevadas rio abajo.

La democracia, facilita la elección de lo malo ante lo bueno; en un mismo nivel se coloca la verdad y el error y se le pide a la ciudadanía que elija entre aquellos dos opuestos. Se le exige a una ciudadanía, en su mayoría desconocedora y llena de necesidades que emita su juicio sobre asuntos que están fuera de su alcance. La verdad y la justicia se relativizan y para ser sinceros, poco importan en esta tiranía del número, lo primordial en la tiranía democrática es tener un pueblo que se mueva de acuerdo a sus necesidades, tener una sociedad que pueda gritar el Domingo de Pascua ¡Hosanna sea el Hijo de David! y a los cinco días ¡Crucifíquenle! ¡Crucifíquenle!

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