El nivel del debate público

Por Gilberto Miranda Chávez.

Analista

Los partidos políticos y los políticos en México, se encuentran ante una situación deplorable: se olvidan de lo ética y moralmente correcto, o fracasan. Razón suficiente para que personalidades de conductas dudosas e intelectos poco envidiables, salgan a relucir. Sin embargo, los partidos políticos y los políticos no son del todo culpables. Que los peores estén a la cabeza, es el resultado de un proceso de descomposición en todas las áreas como la educación, el deporte, los medios, la cultura y el arte. No es un hecho aislado.

Para que, en un país, una región o una ciudad, existan diferentes corrientes de pensamiento, diversas maneras de interpretar las situaciones diarias, que permitan confrontar razones que a su vez incentiven y eleven el nivel de las ideas en favor de los ciudadanos, es necesario que existan justamente personas con la capacidad de asimilar lo que se propone cada idea cuando se pretende implementar a escala social. Y es que entre más elevada y compleja es la idea, más se diferencia de las existentes, lo que hace que sea descartable a los ojos de los ciudadanos con una mirada rudimentaria.

Nada debe sorprendernos, entonces, que de esos ciudadanos con una mirada rudimentaria salgan políticos con visiones rudimentarias. Es evidente, que existen ciudadanos con la capacidad de observar con una óptica mucho más compleja los procesos sociales, ética y moralmente superiores, incluso intelectualmente, pero la realidad estadística es que son grupos reducidos, no es el común denominador.

Situación que deriva en una pésima representación política, en una microsociedad de servidores públicos de lo peor de la sociedad.

Esa microsociedad de políticos limitados, encuentra su principal apoyo en lo más deficiente de la gente, también con fundamentos muy débiles, pero donde es mucho más fácil explicar, demostrar y establecer todo aquello que, en el nombre de la colectividad, hace el político pensando en su individualidad, con ideas plagadas de errores intelectuales, pero también de errores morales. Pero la gravedad, como si eso no fuera poco, es que, ante la aceptación de la masa, toda idea por rudimentaria que sea termina siendo totalitaria no por calidad, sino por cantidad.

Un régimen totalitario necesita siempre, en todo momento y en todo lugar, un enemigo único que hacia el interior fortalezca y unifique al grupo, compuesto por una masa homogénea, que no se da cuenta que ese al que defienden, ya no es uno más de ellos, pero aun así esa masa es capaz de todo por aquel que destaca y llega a pertenecer a esa casta política. Derivando en última instancia en enfrentamientos, divisiones y contraposiciones, pero que no aportan, ni elevan en nada el debate público en la sociedad.

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