Meditemos un poco en la agonía de Nuestro Señor en el Huerto de los Olivos donde, “triste hasta la muerte”, aceptó el cáliz de su Pasión para la salvación de nuestras almas.

Padre Bertrand Labouche, FSSPX

Nuestra redención dependía de dos fiat: el de la Virgen María, en la Anunciación, cuando aceptó ser la madre del Salvador, y el de Nuestro Señor, en el Huerto de los Olivos, cuando su voluntad humana se sometió a la voluntad de su Padre. “No se haga mi voluntad, sino la tuya[1]”; tres veces repitió esta oración en un lugar que nunca mereció mejor su nombre de Getsemaní, “prensa” de los olivos. El alma del Salvador sufrió allí una agonía (αγωνία, lucha o combate en griego), una tristeza y una angustia tan extremas que, según sus propias palabras, podrían haberle causado la muerte. San Lucas nos da una idea de la violencia de esta lucha mencionando el sudor de sangre que le provocó[2]. El Corazón de Jesús fue prensado, triturado como una aceituna para que nuestras almas fueran ungidas con el aceite de la gracia.

Nunca Nuestro Señor se mostró más humano, pidiendo a Pedro que velara con Él, aunque fuera una hora[3] y suplicando a su Padre que alejara de Él este cáliz de tan horrible amargura. ¿Cuál es la naturaleza de este cáliz? ¿Cuáles son los sufrimientos que se le presentan a Jesús?

Ante todo, la perspectiva, hasta el más mínimo detalle, de lo que le espera: golpes, escupitajos, traición de Judas, negación de Pedro, abandono de sus apóstoles, odio de los príncipes de su pueblo, crueldad de los verdugos, flagelación, coronación de espinas, la cruz a cuestas, crucifixión, muerte.

La aversión a verse revestido ante la justicia divina de los pecados del mundo entero, “tomando sobre sí todas nuestras iniquidades”[4], siendo castigado por ellas, cuando él es la pureza y la santidad infinitas.

¡Qué cruel tristeza conocer de antemano la monstruosa ingratitud de tantas almas que despreciarían su Sangre, profanarían su sacrificio, rechazarían su amor! Isaías lo había profetizado: en vano he agotado mis fuerzas[5].

Los indecibles sufrimientos que sufriría su Santísima Madre a lo largo de su Pasión.

¿La meditación del primer misterio doloroso del rosario no engendrará en nuestras almas una profunda contrición de nuestras faltas y, por tanto, un deseo eficaz de no volver a caer? ¿No será nuestra vida cristiana más generosa, más agradecida con Aquel que tanto luchó por nosotros desde Getsemaní hasta el Gólgota, más amorosa hacia el Amor crucificado? ¿Permitiremos que su Preciosa Sangre fluya inútilmente para nosotros y tantas almas?

Jesucristo estará en agonía hasta el fin del mundo.
¡No permanezcamos dormidos durante este tiempo!
(Blaise Pascal, Le Mystère de Jésus)

Padre Bertrand Labouche, FSSPX

1. Mat. 26, 42.
2. Lc 22, 44.
3. Mc, 14, 37.
4. Is. 53, 6.
5. Is. 49, 4.

Fuente: laportelatine.org

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