“El Chueco”: ajusticiamiento sin rendimiento de cuentas

Por Ethan Tejón Herrera.

Analista

El hallazgo de un cuerpo abandonado entre los límites de Chihuahua y Sinaloa, correspondía al de José Noriel Portillo Gil “El Chueco”.

El líder criminal que sembró el terror en la sierra, y al cual se le responsabilizó el asesinato a sangre fría de dos religiosos y un guía turístico en Cerocahui.

Según las informaciones preliminares que han ido surgiendo, aparentemente fue liquidado por órdenes de mandos directos pertenecientes al Cártel de Sinaloa, por presuntamente haber incomodado y entorpecido las operaciones criminales de esta organización.

Al día de hoy, a nueve meses de aquel crimen atroz y sanguinario, quién fuera el generador de violencia más buscando dentro de los límites territoriales de la entidad se encuentra abatido, a manos de la “justicia” criminal.

Sin resultados presentados, ni siquiera pistas certeras que condujeran a la captura del extinto líder criminal, las autoridades del Gobierno del Estado fracasaron en la tarea de llevarlo ante las autoridades para rendir cuentas por sus acciones criminales.

Fue el mismo crimen organizado, quien decidió hacer “justicia” por propia mano. Sin que ninguno de los tres órdenes de Gobierno haya tenido éxito en aprehenderlo.

A pesar de los extensos operativos de seguridad desplegados y las demostraciones de fuerza de los cuerpos policiacos, fueron los mismos criminales quienes dieron con su paradero y decidieron hacer una demostración de fuerza y poder con la saña característica de la cual son inherentes.

El cuerpo de ‘El Chueco’ fue abandonado en un paraje y se localizaron al menos nueve tiros por arma de fuego de distintos calibres, en varias zonas del cuerpo.

El asesinato de ‘El Chueco’ manda un mensaje a la ciudadanía y a las fuerzas del orden, en el cual, es el crimen organizado quién manda en las zonas de más difícil acceso y alcance.

La ley del más fuerte se hace presente en la serranía y en las zonas limítrofes, sin que las autoridades puedan recuperar el orden, la paz y la seguridad.

La muerte de Portillo Gil, no se trató de un logro, sino de un mensaje contundente para las autoridades, en el cual el crimen es quien tiene la última palabra.

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