Antes de que termine el año

Por José Eduardo Limón Camacho.

Analista

No podemos terminar el año entre la melancolía de lo que pudo ser; sino más bien, con una profunda reflexión sobre la desnudez y la miseria que complacidamente hemos aceptado. No se trata de hacer el recuento de las tragedias; la urgencia se encuentra en definir el país en el que queremos vivir, en recoger las enseñanzas del año que termina y en definir cuánto estamos dispuestos a sacrificar para construir ese México añorado.

Antes que nada, es indispensable reconocer que la dolencia más grande que vive nuestro país, no se encuentra necesariamente en la profunda corrupción política; si bien, sus efectos son bastante dañinos, realizar un análisis en el que tengamos como punto de partida, los efectos que genera la corrupción en la vida pública, no nos alcanza, para presentar una embestida real y efectiva en contra de esta oligarquía política, que esclaviza a la ciudadanía a vivir de sus dádivas y de su beneplácito.

La crisis social, por la que atravesamos y de la cual parece que no queremos salir, se resume en una profunda falta de educadores. Es esta, la causa, de la causa que no permite, que surjan verdaderos hombres y mujeres que dirijan a la sociedad y que nos mantiene a expensas, de las ocurrencias de aquel político sofista, que tenga la elocuencia y astucia suficiente, para imponerse con maquiavélica habilidad a una mayoría pasiva.

Pero aquí, podríamos poner una objeción y recurrir a los datos que arroja la más reciente Estadística del Sistema Educativo Nacional del periodo 2019-2020, de la cual se desprende que, en México, existen en todos los niveles educativos, un total de 2,074,171 docentes y 262,805 escuelas; además, se invierte por alumno un promedio anual de 34 mil pesos, es decir, que al año el gobierno invierte 152 mil millones de pesos en el sistema educativo.

Sin embargo, el tema no se encuentra en la cantidad monetaria que se disponga en la formación educativa; la dificultad se ubica, en el contenido que se vierte en las aulas y en la irresponsabilidad de los padres de familia, que huyen de esa misión educadora que les fue encomendada por la misma naturaleza.

Por un temor infundado y más bien impuesto; la educación moderna rechaza, entre otras cosas, el estudio de la filosofía y la lectura de los clásicos, y si se llegan a tener presentes van siempre acompañados de la duda cartesiana; es decir, nada hay de absoluto en este mundo y la misma existencia debe ponerse en duda.

La realidad es suplantada por la subjetividad, la razón por el sentimiento y el bien común por el individualismo. Hemos crecido, como una generación que desprecia la correcta acepción de moral y huye de la formación y estudio de las 4 virtudes cardinales: Prudencia, Justicia, Fortaleza y Templanza.

Aunque suena una reflexión platónica, detengámonos a ver a la clase política y el común denominador ha sido: propuestas absurdas para dilemas perfectamente bien identificados, y no sólo eso, también una sumisión al sistema, por la falta de una formación sólida que resista las borrascas y tempestades.

Lo preocupante de esta crisis formativa, es que pocas acciones se emprenden para fortalecer el carácter, la voluntad y la inteligencia de la niñez y de la juventud. Pasan los años, las generaciones se renuevan y la crisis social y política, no hace otra cosa más que agravarse.

Termina el año, inicia uno nuevo y ante la complejidad electoral que se avecina, debemos saber una cosa: el rumbo del país, no se va a corregir acudiendo a las urnas, muy probablemente se detenga por un instante, pero en suma el verdadero cambio que debe gestarse es en formar una generación de líderes con una visión clara y principios firmes… y porque no, el 2021 es un buen año para iniciar.

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