La calidad institucional

Por Gilberto Miranda Chávez.

Analista Político, Catedrático de Asignatura

e Innovación de Negocios y Mercadotecnia

Todos los candidatos son malos, pero uno tiene que ganar. Todos los candidatos son malos, porque de nosotros es imposible que salga uno bueno. Todos los candidatos son malos, porque es antinatural y esquizofrénico ser una persona en el ámbito privado y otra en el ámbito público. Y todos los candidatos son malos, porque tienen los mismos malos estímulos privados como malos estímulos públicos. No existe una sola persona que al pretender convertirse en un servidor público pueda pretender desprenderse de sus filias y fobias privadas.

En el ámbito privado, personal, los ciudadanos tienden a pensar que los otros ciudadanos actúan bajo un criterio racional imperfecto, sin pensar; también, que cada ciudadano es tan egoísta como para no colaborar con el desarrollo del prójimo; además, que cada ciudadano tiene un interés monetario que es perjudicial a los intereses de los otros ciudadanos; y finalmente, que cada ciudadano se encuentra ante el riesgo latente de cometer actos inmorales en contra de otros ciudadanos.

Pero es que, en el ámbito público político, los defectos atribuidos al ámbito privado son peores exponencialmente porque además de dichos defectos, todos son atribuibles a circunstancias ajenas al servidor público mientras que en el ámbito privado, cada persona debe asumir los costos de una mala decisión. Todo argumento electoral tiene su base en la falacia ad populum, es decir en la opinión que los ciudadanos tienen del argumento por encima de la veracidad del argumento.

Cualquier argumento electoral basado en la falacia ad populum desemboca en enormes contradicciones de pensamientos y acciones porque la política es un proceso dinámico libre y espontaneo, sujeto a los cambios de los individuos en la búsqueda de mejores relaciones interpersonales, por lo que ningún individuo candidato puede tener un criterio racional perfecto y ni tampoco la suficiente información como para tomar decisiones en supuesto favor de una colectividad. Las instituciones, entendidas como quienes norman la conducta de los servidores públicos, han surgido en muchos de los casos de esfuerzos espontáneos de la sociedad por eficientar el dinamismo social, con lo cual mermar a las instituciones es aumentar no solo el poder de un servidor público que como toda persona se representa a sí misma antes que a una colectividad, sino que aumenta también la probabilidad del error debido a la carga colectivista que evita asumir el costo. Lo único que puede, al menos, contener las ambiciones públicas y personales de la clase política, es la calidad institucional.

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